El archivo histórico que yace al interior del Exconvento de Regina, en el Centro de la Ciudad de México, se encuentra en el olvido y está en riesgo de desaparecer.
Dicho acervo —ubicado en el número 7 de la calle Regina—, en gran parte catalogado por Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México (Adabi), contiene al menos 40 fotografías históricas, 500 libros antiguos de medicina y un archivo médico que va de 1886 a 1916, dado que este edificio fue un importante hospital del siglo XIX y mediados del XX, el cual ayudaría a entender la medicina en la capital y algunas de las enfermedades que padecieron los chilangos a inicios del siglo XX.
A esto se suman cerca de 150 fojas y telegramas que recibió la filántropa Concepción Béistegui (1820-1873), en los cuales diferentes familias y monjas le agradecen su apoyo financiero para sobrevivir. Recordemos que Béistegui daba entre cinco y 10 pesos a monjas y mujeres solteras para que pudieran atender enfermedades, pagar su hospedaje o comer, y muchos de esos documentos, me han comentado, hoy están arrumbados en un cajón al que nadie tiene acceso.
Además, hace poco más de tres años se anexó otra cantidad de libros y documentos que pertenecieron al médico Atanasio G. Ríos, quien fuera residente del hospital en 1916 y, más tarde, director y patrono. Murió en 1946 y sus documentos permanecieron ocultos por casi 80 años, hasta que sus descendientes tomaron la decisión de donarlos a este museo hospitalario.
Seguramente muchos ubican este edificio histórico, que está a un costado del Templo de Regina Coeli, porque en su planta baja se encuentra la cafetería Jekemir y el Museo de la Cruz Roja; quizá porque alguna vez visitaron su pequeño museo en la parte alta o porque acudieron a alguno de los eventos privados para los que se alquila dicho inmueble.
O, quizá, porque saben que en ese edificio se encuentra una casa de reposo a cargo de la Fundación para Ancianos Concepción Béistegui, IAP, que dirige Angélica Patricia Rodríguez Alemán, quien no parece tener demasiado interés en estudiar, conservar o abrir el archivo al público.
Ayer acudí a Regina 7 y en su acceso principal solicité los requisitos para consultar este acervo histórico. Sin embargo, la respuesta del personal fue que no existe tal archivo y que, si acaso, se podría entrar al pequeño museo, pero que a veces no abre porque la persona que lo atiende no acude diario, así que… mucha suerte.
En este punto, es necesario hacer un llamado a Joel Omar Vázquez y a Carlos Enrique Ruiz Abreu, titulares del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del Archivo General de la Nación (AGN), para que envíen a especialistas a evaluar las condiciones en que se encuentra esta documentación histórica y, en la medida de lo posible, rescatarla de llegar a la basura. ¿O acaso debemos esperar a que algún experto encuentre el material rematado en la Lagunilla o en alguna casa de subastas?
Sería una pena que, en el futuro, expertos denunciaran su pérdida, tal como ahora lo alerta con preocupación Francisco Hernández, director de Teatro Fénix Novohispano, quien colaboró en dicha fundación durante los últimos dos años, bajo la promesa de que éste sería abierto al público; pero no ocurrió así, ya que no observa interés por parte de los responsables.
Hernández también explica que, hasta antes de la pandemia, este archivo y el museo permanecieron abiertos; pero, luego de su cierre, los documentos y los objetos se fueron olvidando, pues “pareciera que el museo y el acervo documental no son tan indispensables, a diferencia de la casa de reposo”. Esperemos que no sea demasiado tarde.
***Con motivo de las fechas decembrinas, esta columna tomará un descanso y volverá el sábado 17 de enero. ¡Felices fiestas!

