El individualismo actual olvida que ser parte de una colectividad humana es mantenerse unido por lazos de aceptación y consideraciónEl individualismo actual olvida que ser parte de una colectividad humana es mantenerse unido por lazos de aceptación y consideración

Somos piezas de un rompecabezas infinito

2025/12/14 11:00

Como corriente filosófica, el individualismo tal como lo entendemos hoy tiene su origen entre el siglo XVII y el XVIII, con la irrupción de la Ilustración, el nacimiento del liberalismo y pensadores como los ingleses Thomas Hobbes, John Locke, David Hume, los franceses Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau y François-Marie Arouet (Voltaire). Por primera vez se privilegiaban ideas como los derechos y la libertad de cada persona, considerada como un ser en sí, más allá de lo colectivo o masivo. Cada individuo, según este ideario, es responsable de sus decisiones y acciones, tiene el derecho de tomarlas y nada puede impedírselo, menos aún el Estado. Al margen de lo filosófico, el individualismo, que cobró especial impulso a partir del siglo XIX y se fortificó en el XX, se convirtió en nuestro tiempo y en el mundo occidental, desvirtuando la idea original, en un modelo de vida, al punto de que es posible hablar de un capitalismo del yo, en el que aquellas ideas sobre libertad y derechos solo consideran los propios y olvidan los ajenos.

La consigna de esta época bien podría tomarse del clásico poema de Luis de Góngora (1561-1627), que repetía en cada estrofa Ande yo caliente y ríase la gente y proponía imágenes como esta: Cuando cubra las montañas/ De blanca nieve el enero,/ Tenga yo lleno el brasero /De bellotas y castañas. Es decir, mientras yo flote, que se hunda el mundo. “Desde pequeños, a los niños criados en sociedades individualistas como las nuestras se los anima a seguir sus pasiones, tomar sus propias decisiones y expresar su identidad. Se les inculcan valores como la autosuficiencia, la ambición y la responsabilidad personal”, afirma Tim Connolly, profesor de religión y filosofía comparada en la Universidad de Pennsylvania y autor de Doing Philosophy Comparatively, libro en el que explora la cosmovisión de diferentes culturas.

La alegría compartida es un gran antídoto para el individualismo mal entendido

Como bien apunta Connolly, el individualismo tal como se experimenta hoy convierte a los demás en adversarios o competidores, a los cuales imponerse o sobre los cuales sobresalir. Esto, agreguemos por nuestra parte, cuando no se los ve como simples obstáculos a los que hay que sortear. De esa manera se olvida que, en tanto seres sociales y gregarios, los humanos no somos individuos autosuficientes. Afortunadamente, somos incompletos. Por lo tanto, cada uno tiene algo que a otro le falta y necesita algo de ese otro. Somos partes de una totalidad, piezas de un rompecabezas infinito, y nadie es en sí mismo ni la totalidad ni el rompecabezas completo. Una pieza suelta no tiene valor. Por otra parte, la figura no se completa si esa pieza falta. Lo que resulta cierto es que el aporte de cada uno a la totalidad resulta irremplazable. La responsabilidad de cada individuo es, entonces, hacia el conjunto, desde el momento en que no hay acción, u omisión, sin consecuencias.

En un breve y sustancioso artículo titulado Una cura para el individualismo, Connolly apunta que la creencia de que uno debe vivir al servicio de sí mismo y olvidado de los demás, actitud estimulada por variopintas teorías sobre autoestima, autoconocimiento, autoliderazgo y demás, “termina reduciendo nuestro potencial al darnos una imagen estrecha de quiénes somos y de lo que podríamos llegar a ser”. Quizás esté allí una causa de cierta epidemia conexa: el narcisismo. La construcción de un espejo que solo refleja la imagen propia, despojada de todo entorno. Connolly se enfoca en ideas de Confucio, el célebre filósofo chino del siglo VI antes de Cristo, quien instaba a recordar que somos hijos de una historia familiar y partes de una comunidad, y que debemos honrar a aquella y respetar a esta a través de nuestras actitudes y pensamientos. Ser parte de una colectividad humana, decía Confucio, es mantenerse unido por lazos de consideración mutua.

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