LA FIFA
Sr. La Mont, ¿de cuándo a acá se ridiculizaron los precios para la Copa del Mundo?
R. Le comparto cómo FIFA creó la fiesta más cara del planeta y por qué todos pagan, menos FIFA. Hay un momento, cada cuatro años, en que el mundo olvida sus problemas y se une alrededor de un balón. Y luego está el momento anterior, cuando FIFA envía discretamente la factura.
Este año, la factura es espectacular. En la Ciudad de México, una habitación del Marriott que normalmente ronda los 157 dólares aparece de pronto en la pantalla a casi 3,882 dólares para el día inaugural. Un aumento de más de dos mil por ciento. La industria hotelera lo llama precios dinámicos. Los aficionados lo llaman de otra manera.
Y luego vienen los boletos. Los seguidores de Inglaterra descubrieron que acompañar a su selección costará más de cinco mil libras, con la entrada más barata para la final por encima de las tres mil. La organización Football Supporters Europe calificó la estrategia de precios como extorsiva, asombrosa y una traición monumental. Incluso pidió detener de inmediato la venta de boletos.
Pero aquí está el giro: los hoteles no son los villanos. Sólo responden a la demanda. La historia real está en la estructura que genera esta fiebre, una estructura diseñada por FIFA, perfeccionada durante décadas y operando hoy a una escala que haría sonrojar a un fondo de inversión.
¿A dónde va realmente el dinero? En su último ciclo financiero, FIFA generó más de siete mil 500 millones de dólares, provenientes sobre todo de derechos de transmisión, patrocinios, licencias y boletaje.
Casi nada de eso llega a las ciudades sede. Las ciudades anfitrionas, que pagan seguridad, transporte, infraestructura y manejo de multitudes, descubren que el privilegio de organizar el evento deportivo más grande del mundo viene con una condición: no pueden ganar dinero con él.
La trampa del patrocinio nos muestra, por ejemplo, que en Estados Unidos, las ciudades sede del Mundial 2026 enfrentan un déficit colectivo de cientos de millones de dólares porque los contratos de FIFA les prohíben asociarse con patrocinadores locales o vender su propia publicidad alrededor del evento. Ni siquiera pueden promocionar el torneo sin aprobación previa.
Un funcionario describió a las ciudades rogando por patrocinios de tintorerías y talleres mecánicos porque todas las categorías importantes están bloqueadas por los socios globales de FIFA. Es como que te pidan organizar la fiesta más grande del barrio, pero no puedas vender comida, bebidas ni colgar un solo anuncio.
El modelo de negocio perfecto
La genialidad de FIFA (y de los Juegos Olímpicos) es simple:
Las ciudades pagan los costos.
Los aficionados pagan los precios inflados.
FIFA se queda con los ingresos.
Y el resto del mundo observa el espectáculo, siempre y cuando pueda pagar el boleto, el hotel y el privilegio de participar en la celebración global. La Copa del Mundo sigue siendo un evento hermoso. Pero en este caso, la belleza viene con recargo.

